El concepto de liderazgo político
Delgado Fernández (2004)
señala que liderazgo es un término escurridizo que se aplica a una amplia
gama de actividades humanas; dice que su significado siempre ha sido polémico
y que no existe una acepción única, pues el fenómeno al que se refiere no ha
podido ni podrá ser nunca explicado de una sola manera.
Añade Delgado que hasta
el momento la tarea definitoria se ha abordado teniendo en cuenta referentes
geográficos, históricos, políticos, profesionales; o bien reparando en la
diversidad de objetivos y propósitos de los grupos u organizaciones en los
que se ha manifestado a lo largo del tiempo y que, en la actualidad, han
adquirido fuerza las aproximaciones al liderazgo procedentes del mundo de la
administración de negocios y, más en concreto de la teoría de las
organizaciones.
Northouse (2001, citado
por Delgado, 2004), afirma que se pueden identificar una serie de elementos
constantes en todos los intentos por definirlo: Es un proceso; trae aparejada
la influencia; se ejerce dentro o con respecto a un grupo y va encaminado a
una meta, sea cual sea ésta. Además, añade que se puede convenir igualmente
en fijar tres significados diferentes con los que el término liderazgo ha
sido empleado comúnmente por las Ciencias Sociales: En primer lugar,
entendiéndolo como un rasgo o cualidad atribuible a una persona. En segundo
lugar, como atributo posicional o situacional y, en último término, en
calidad de comportamiento.
Molina y Delgado (2001,
citado también por Delgado Fernández, 2004) añade que estas tres formas han
inspirado varios enfoques de estudio: el de los rasgos o características
personales; el situacional o de la contingencia, que se centra en la
selección de variables de situación capaces de indicar el estilo de liderazgo
más apropiado para conseguir la adaptación a las cambiantes circunstancias;
el conductual, preocupado por describir el comportamiento de los líderes, y
el del nuevo liderazgo o modelo transaccional, que pone especial énfasis en
el concepto de visión y en la relación entre los líderes y los seguidores.
Así pues, el liderazgo
político es un tema de investigación considerado atractivo y, al mismo
tiempo, difícil de someter a un único esquema de análisis
académico-científico. Pese a todo, las dificultades comienzan con la propia
definición del fenómeno. Son muchos los autores que se han esforzado por
aportar una solución lo suficientemente precisa como para acotar el mayor
número de manifestaciones concretas del liderazgo político. A juzgar por la
continuidad de los intentos, podemos concluir que ninguno de ellos ha
conseguido su propósito de manera concluyente o definitiva.
A Delgado Fernández
(2004) le parece especialmente valiosa la síntesis que sobre el término
liderazgo político ha llevado a cabo recientemente Natera Peral (2001). En
aras de diferenciar el tratamiento tradicional del liderazgo del más actual,
Natera ha distinguido entre las imágenes clásicas del liderazgo y las
modernas aportaciones a la cuestión. En su opinión, hasta que no se institucionalizó
la Ciencia Política a principios del siglo XX, la historia del pensamiento
político ofreció variadas y ricas aproximaciones a la cuestión del liderazgo.
José Francisco Jiménez
Díaz dice que el liderazgo político se desarrolla mediante la interacción
entre líderes y seguidores dentro de las circunstancias históricas que rodean
a ambos. Que esta interacción conforma un entramado de significados, normas y
relaciones de poder que vinculan a líderes y seguidores. Que dicha
interacción implica un proceso de construcción social, en función del cual el
líder y sus seguidores se socializan, legitiman e institucionalizan sus
prácticas sociopolíticas.
Sin embargo habría que
destacar que hoy, en México, la cuestión ya no está en la definición del
concepto sino, como dice Oscar Pimentel (Marzo, 2012), en la falta de
credibilidad que sufre el liderazgo político, lo que ha hecho que las
prácticas más comunes de los líderes tradicionales queden obsoletas, sean
objeto de un profundo rechazo por parte de la ciudadanía y, sobre todo,
resulten ser enormemente ineficaces.
Afirma Pimentel que urge
un ejercicio serio de crítica y autocrítica que, sin miramientos ni
concesiones, sea capaz de develar con toda crudeza los graves defectos y
desviaciones de las prácticas y motivaciones del actual liderazgo político,
para proponer lo que debe ser un movimiento de renovación y la formación de
nuevos cuadros políticos capaces de entender los retos y de impulsar los
cambios que son necesarios en el país.
Por ello, si queremos impulsar
el cambio y la modernización de México, la primera gran tarea es renovar
nuestros liderazgos políticos.
Efectivamente, como
sostiene Pimentel, ya no caben los estilos autoritarios, voluntaristas y sin
límites a las decisiones discrecionales de Gobierno que dominaron ciertas
etapas de nuestra vida política, tampoco son ya concebibles los liderazgos
cuyo único afán es el enriquecimiento ilícito mediante la desviación de los
recursos del erario público y que además quienes lo ejercen carecen de una verdadera
vocación política y de servicio. Igualmente, es inaceptable ya la
improvisación, la falta de preparación y la ausencia de capacidades
personales.
El concepto de participación ciudadana
Delgado Fernández (2004),
afirma que cuando los individuos comparten un fin, visión y/o meta en común,
podemos considerar que se da la participación ciudadana, pero que es
importante señalar que sólo cuando la participación está bien organizada, es
posible mover masas y cambiar vidas.
Para la Comisión
Intersecretarial para la Transparencia y el Combate a la Corrupción [CITCC]
(2008), la participación ciudadana "es la posibilidad de la sociedad de
contribuir e influir en las decisiones gubernamentales que le afectan".
Al hablar de
participación ciudadana, un aspecto fundamental que se debe considerar es la
sociedad civil, pues a través de sus organizaciones, los ciudadanos
encuentran cauces de participación y colaboran de manera activa en la
construcción de la sociedad, dice Aguilar (2006).
Gramsci (s.f., citado por
Aguilar, 2006) señala que la sociedad civil está integrada por organismos
privados, instituciones y medios que defienden y trasmiten valores,
costumbres y modos de vida; por lo que en ella se ubican las funciones de
consenso, persuasión y dirección hegemónica.
El concepto de sociedad
civil, surge con Aristóteles y hoy en día es considerado como una expresión
de la nueva democracia. Hoy en día las organizaciones civiles son una de las
nuevas vías de participación, las cuales, de acuerdo con Concha (1997), tienen
como objetivo general:
• Verificar la transparencia y participación de la ciudadanía.
• Poner "el dedo en la llaga" cuando el Estado es
inoperante.
• Apoyar el desarrollo social.
Añade que para alcanzar
sus objetivos, las organizaciones civiles deben cumplir con los siguientes
requisitos:
a) Su organización interna debe ser democrática y pluralista y que no
responda a intereses político-partidistas.
b) Debe buscar permanentemente el diálogo con el gobierno, con la
oposición y con los sectores independientes.
c) Quienes las integran, y muy especialmente quienes las dirigen,
deben estar íntimamente convencidos de la justeza de su lucha por alcanzar
los objetivos trazados.
Sin embargo, dentro del
ámbito de la democracia y específicamente en el contexto de las decisiones y
consenso ciudadano, no se tiene resuelto el tema de la participación
ciudadana como tal. Aun cuando existe el voto, éste no garantiza una
participación efectiva por parte del ciudadano y la entidad pública que la
representa, es decir, una vez que termina el proceso electoral, se divorcian
el representante y sus representados.
Otra vía de participación
se refiere a los movimientos ciudadanos, los cuales surgen de condiciones y
estructuras históricas específicas. Precisamente esta estructura es la fuente
de recursos y condiciones favorables para que se produzca un movimiento
social. Ella moldea el credo del movimiento, su ideología, los fines que
persigue y su visión del mundo, innovando perspectivas de realización y
rescatando elementos que recoge a su paso por el tiempo. Por este motivo se
dice que son producto de condiciones sociales, culturales e históricas que
están en constante movimiento.
Las organizaciones de la sociedad civil
De acuerdo con la UNESCO
(2015), las organizaciones no gubernamentales y de la sociedad civil
"comprenden a las redes de activistas e investigadores, los sindicatos
de docentes y las organizaciones religiosas, las asociaciones comunitarias,
las agrupaciones de padres y alumnos y los movimientos sociales" (párr.
1).
Al respecto, Acotto
(2003) señala que la característica de las organizaciones de la sociedad
civil es que sus fines y objetivos son lícitos, son organizaciones privadas,
no gubernamentales, autogobernadas, no lucrativas y de adhesión voluntaria
como asociaciones, fundaciones, centros de pensamiento, Lobbies,
voluntariados, partidos políticos.
La esfera pública es el
espacio donde la sociedad civil expresa sus intereses y donde la razón
pública se construye como fundamento legítimo de la ley. Esta esfera está
siempre en construcción y se amplía cada vez que los participantes entablan
lazos de comunicación y elaboran acuerdos mediante el diálogo, excluyendo la
violencia. Una esfera pública incluyente y en constante ampliación es
salvaguarda del Estado de derecho.
El surgimiento y
desarrollo de las organizaciones de la sociedad civil han sido acompañados
por la evolución y cambio del concepto de participación ciudadana. En los
últimos 40 años han sido los organismos internacionales y las agencias de
cooperación las instituciones que más han influido en la definición de la
idea de participación.
Al inicio de la década de
los noventa del siglo XX, la concepción de participación es que los
ciudadanos tienen el derecho de participar en el diseño, ejecución, seguimiento
y evaluación de las políticas públicas. Los objetivos se amplían: Fortalecer
la capacidad de decisión y gestión de sus organizaciones, operar la
corresponsabilidad gobierno-sociedad, elevar la gobernabilidad y hacer eficaz
la acción del gobierno.
Al inicio de la primera
década del siglo XXI, lo nuevo está en
encontrar los mejores mecanismos operativos que permitan la más efectiva
participación ciudadana en la toma de las decisiones estatales.
La vinculación entre el liderazgo político y la participación
ciudadana
Por lo general, el
liderazgo político se encuentra divorciado de la participación ciudadana.
Mientras que el liderazgo partidista se ha perdido en la corrupción y el
descrédito, la participación ciudadana se ha limitado (en forma minoritaria y
no por su propio deseo) al proceso electoral y, a través de grupos
empresariales o de grupos liderados por familiares de víctimas de la
violencia delincuencial, a propiciar acuerdos que no modifican la situación
que pretenden atacar, en la que figuran tópicos como el secuestro, los
asesinatos y las acciones de transparencia y rendición de cuentas en las
acciones de gobierno.
Nada se resuelve, ni los
crímenes, ni los secuestros, ni se ataca frontalmente la corrupción que se
esconde detrás de la falta de transparencia en el manejo de los recursos
públicos. Esa es la realidad. Todo parece indicar que el cambio en la forma
de ejercer el gobierno; el freno a la ilegalidad; el combate a la corrupción,
deben pasar por la instauración de un nuevo tipo de liderazgo político.
Sobre esto recordemos los
casos de Isabel Miranda de Wallace, de Alto al Secuestro; de Alejandro Martí,
de México SOS e incluso el de Javier Sicilia, del Movimiento por la Paz con
Justicia y Dignidad, quienes sufrieron la muerte de sus respectivos hijos,
razón por la que fundaron sus organizaciones; hoy por lo menos los primeros
dos ocupan espacios de la mano del gobierno, pero lo cierto es que las
condiciones que los motivaron siguen igual o peor que antes.
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